martes, 1 de mayo de 2012

En busca de un Guerrero libre



Noé Ibáñez Martínez
Históricamente, el México posrevolucionario priorizó la incorporación del sector educativo como política pública fundamental de un Estado al crear la Secretaría de Educación Pública en 1921. José Vasconcelos, primer secretario del nuevo ministerio, inició inmediatamente una gran campaña educativa en todo el país, no solamente en zonas urbanas sino también, rurales.
Bien sabemos que un derecho humano elemental y un recurso ineludible para ejercer otros derechos humanos fundamentales son, sin duda, la educación y/o la alfabetización. Por lo que la labor de Vasconcelos iba más allá de una simple enseñanza-aprendizaje; sin embargo, esta labor adquirió dimensión social con el gobierno de Lázaro Cárdenas.
Esto significa que para el sexenio cardenista, la educación rural no solo implicaba la educación de los niños en un lugar físico llamado escuela, sino, la interrelación de la misma con la comunidad, con los padres de familia; para que en conjunto, cuestionaran y resolvieran los problemas de la comunidad misma.
Actualmente, esta interrelación perdió presencia y perdió importancia. La escuela por un lado y la comunidad por el otro. La ciudadanía dejó de ser factor activa del proceso de aprendizaje de las nuevas generaciones. El divorcio entre la ciudadanía y la escuela propició el desencadenamiento de una serie de problemas sociales que repercuten en el progreso de la comunidad misma o de una nación.
El mantener una tendencia ascendente de abandono de conciencia social y el divorcio entre comunidad y escuela; propicia el creciente número de analfabetas; y por lo tanto, la posibilidad de alcanzar una democracia efectiva y el ejercicio de otros derechos fundamentales.
Por tal motivo, la participación social en la educación es un eje fundamental y condición necesaria para lograr objetivos que se propone un sistema educativo nacional. Es momento de reincorporar a los padres de familia y a la comunidad en el proceso de aprendizaje de sus hijos para dejar de pensar que la escuela es la única responsable de que un estudiante sea buen ciudadano o no.
Bien sabemos que la inequidad en México se debe a la presencia de adultos y jóvenes que no acceden al leguaje escrito y carecen, por lo tanto, de las competencias mínimas necesarias en escritura, lectura y cálculo elemental. La realidad de este escenario reitera la urgencia de retomar proyectos en materia de alfabetización en nuestro país, tomando en cuenta la necesidad de adecuar las estrategias a un contexto de amplia diversidad cultural, geográfica y social.
Así, el analfabetismo de jóvenes y adultos debe asumirse como una deuda moral impostergable que debe atenderse. No obstante, recientemente, inició una campaña impresionante de alfabetización en un estado donde históricamente, el analfabetismo ha sido el principal obstáculo para su desarrollo social, económico y democrático. En otros momentos, habíamos comentado que la democracia en Guerrero es fantasmal, una democracia sin pueblo, precisamente porque el analfabetismo impide que los guerrerenses fuesen libres de decidir.
Paulo Freire decía que la educación es la práctica de la libertad, por lo que si se logra alfabetizar a la mayoría de los guerrerenses, tendrán la oportunidad de decidir libremente quien o quienes querrán que los gobierne. Es esa la intención, es esa la meta; hacer que Guerrero sea libre.

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